martes, 16 de julio de 2013

Carta al señor legislador de la ley sobre estupefacientes

Carta al señor legislador de 
 la ley sobre estupefacientes 
Señor legislador,

     Señor legislador de la ley de 1916, aprobada
por el decreto de julio de 1917 sobre estu-
pefacientes, eres un castrado.
     Tu ley no sirve más que para fastidiar la
farmacia mundial sin provecho alguno para
el nivel toxicómano de la nación
 porque
     1º El número de los toxicómanos que se
aprovisionan en las farmacias es ínfimo;
        2º Los verdaderos toxicómanos no se aprovi-
sionan en las farmacias;
         3º Los toxicómanos que se aprovisionan en las
farmacias son todos enfermos;
      4º El número de los toxicómanos enfermos
es ínfimo en relación al de los toxicóma-
nos voluptuosos;
    5º Las restricciones farmacéuticas de la droga
no reprimirán jamás a los toxicómanos vo-
luptuosos y organizados;
       6º Habrá siempre traficantes;
      7º Habrá siempre toxicómanos por vicio de
forma, por pasión;
          8º Los toxicómanos enfermos tienen sobre la
sociedad un derecho imprescriptible, que
es el que se los deje en paz.
    Es por sobre todo una cuestión de conciencia.
    La ley sobre estupefacientes pone en manos
del inspector-usurpador de la salud pública
el derecho de disponer del dolor de los hom-
bres; en una pretensión singular de la medicina
moderna querer imponer sus reglas a la con-
ciencia de cada uno. Todos los balidos oficiales
de la ley no tienen poder de acción frente a
este hecho de conciencia: a saber, que, más aún
que de la muerte, yo soy el dueño de mi dolor.
   Todo hombre es juez, y juez exclusivo, de la
cantidad de dolor físico, o también de vacuidad
mental que pueda honestamente soportar.
    Lucidez o no lucidez, hay una lucidez que
ninguna enfermedad me arrebatará jamás, es
aquella que me dicta el sentimiento de mi vida
física. Y si yo he perdido mi lucidez la medicina
no tiene otra cosa que hacer sino darme las sus-
tancias que me permitan recobrar el uso de
esta lucidez.
    Señores dictadores de la escuela farmacéuti-
ca de Francia ustedes son unos pedantes roño-
sos: hay una cosa que debieran considerar me-
jor: el opio es esta imprescriptible e imperiosa
sustancia que permite retornar a la vida de su
alma a aquellos que han tenido la desgracia de
haberla perdido.
 Hay un mal contra el cual el opio es sobera-
no y este mal se llama Angustia, en su forma
mental, médica, psicológica, lógica o farmacéu-
tica como ustedes quieran.
 La Angustia que hace a los locos.
 La Angustia que hace a los suicidas.
 La Angustia que hace a los condenados.
 La Angustia que la medicina no conoce.
 La Angustia que vuestro doctor no entiende.
 La Angustia que quita la vida.
 La Angustia que corta el cordón umbilical
de la vida.
    Por vuestra ley inicua ustedes ponen en ma-
nos de personas en las que no tengo confianza
alguna, castrados en medicina, farmacéuticos
de porquería, jueces fraudulentos, doctores,
parteras, inspectores doctorales, el derecho a
disponer de mi angustia, de una angustia que
es en mí tan aguda como las agujas de todas
las brújulas del infierno.
 Temblores del cuerpo o del alma, no existe
sismógrafo humano que permita a quien me
mire, llegar a una evaluación de mi dolor más
precisa, que aquella, fulminante, de mi espíritu!
   Toda la azarosa ciencia de los hombres no es
superior al conocimiento inmediato que puedo
tener de mi ser. Soy el único juez de lo que está
en mí.
   Vuelvan a sus buhardillas, médicos parásitos,
y tú también, señor Legislador Moutonnier, que
no es por amor de los hombres que deliras, es
por tradición de imbecilidad. Tu ignorancia de
aquello que es un hombre sólo es comparable a
tu estupidez pretendiendo limitarlo. Deseo que
tu ley recaiga sobre tu padre, sobre tu madre,
sobre tu mujer y tus hijos, y toda tu posteri-
dad. Y mientras tanto, soporto tu ley.


Antonin Artaud (El ombligo de los limbos) L'ombilic des limbes, 1925 

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